(Juan 10, 34)
Ríos de tinta ha hecho correr esta
expresión, una expresión proferida por Cristo en el Evangelio de Juan, y que ha
sido objeto de numerosas interpretaciones, incluso ha sido alguna vez borrada
de alguna traducción popular de la Biblia.
La expresión es, cuanto menos, curiosa.
Referida como está, además al hombre, en un contexto monoteísta como el Judío,
y proferida además en un contexto hostil.
De hecho, una de las principales acusaciones
de los Judíos contra Jesús fue el de haberse hecho igual a Dios, siendo como
era un hombre.
Desde mi perspectiva de Caballero Templario,
no puedo analizar un texto bíblico más que desde la HUMILDAD y la pobreza de mi
pobre Kama Manas para referirme a lo Divino, no seré yo quien le diga a Dios lo
que debe o no hacer, como sí que hacen muchos de los que hoy hablan en su
nombre.
Mucho menos ocultar la más mínima letra de
su Palabra para hacerla coincidir con una
doctrina religiosa que no deja de ser, no olvidemos, una obra humana, curiosamente, eso sí sería con
todas las letras una HEREJÍA.
No, no voy a enmendar la Plana al Padre
Divino, antes bien, me voy a empapar con ella, a tratar de que me transmute sus
profundas significaciones, y a tratar de que ilumine mi entendimiento.
Cuando Jesús dice “Sois Dioses” hace
referencia a la entrada de una dimensión Divina en el Hombre a través de El
Cristo mismo, que al participar de la Naturaleza de Dios siendo Hombre,
introduce la Naturaleza Divina en lo Humano y por tanto, dejamos de ser hombres
para ser Hijos de Dios, esa filiación Divina nos convierte en “dioses” Hijos
del Dios Padre, ya que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, “Quien
ve al hijo ha visto al Padre” dice el Señor.
Esa Filiación Divina nos convierte en
dioses al elevar nuestra naturaleza de
mortal en inmortal, nos convierte en algo más que hombres, y no es legítimo
confundir a un dios con DIOS, ni siquiera las religiones paganas lo hacen, y
los Templarios sabemos que todos los cultos son expresión de una parte de la
Verdad, la Religión del Verbo proviene de Ram el Celta, por ejemplo.
Participar de la naturaleza de Dios nos
convierte en dioses sin que esto implique negar la Unidad de Dios, ya que es la
relación de filiación, la participación de la Naturaleza del Padre lo que nos
convierte en tales, como dicen Las Sagradas Escrituras Dios se complace y se
muestra en sus criaturas.
A nivel ético, la responsabilidad de ser
dioses es tal que nos obliga a ser Imagen del Padre, curiosamente es la
negación de toda idolatría. Somos idólatras cuando nos conformamos con ser
hombres, cuando no queremos ser como Dios, es decir, cuando no queremos ser
dioses. Además, el Cristo estaba citando un Salmo de las Antiguas Escrituras,
es decir, venía de antes esa Tradición.
Los Griegos, que no creían en la
Cristificación y divinización del Hombre, eran, pues, pre-crísticos, sí
entendían que cada divinidad a la que daban culto no era DIOS, sino un dios que
mostraba una aspecto de algo superior al que
ellos llamaban “El Incognoscible”, de manera que el dios de la Guerra o el dios
del Arte, o la diosa del Amor serían expresiones cercanas de aspectos de un
Dios único que los contenía a todos y que por naturaleza sería incognoscible para el ser Humano. Ellos tampoco
confundían un dios con DIOS. Lo mismo
ocurría en Egipto y en general con los cultos derivados de la Tradición
Iniciática. No eran Idólatras, sino humildes. Otra cosa sin duda son cultos
derivados de Tradiciones no iniciáticas cuyo examen desborda con mucho este
trabajo.
La Idolatría de las religiones Paganas no
estaba tanto en el número de sus divinidades como en la negación de que el
Hombre pudiera acceder a esa Naturaleza Divina, es ahí donde el Cristo con toda
su Gloria puso al Hombre al mismo nivel divino
al encarnar como Hombre nada menos que el Hijo Unigénito, el mayor entre
los Hijos de Dios, por ello, como diría
el Buda “Los dioses envidiaran a los hombres”.
Por tanto, podemos sentirnos dioses sin
miedo, sino con Amor al Dios único del cuál debemos ser expresión, la
Cristificación es un camino iniciático de divinización del Hombre que el Cristo
nos regaló. (Lancelot, “Impossibile Nihil est”).
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