lunes, 18 de febrero de 2013

SOIS DIOSES



(Juan 10, 34)

Ríos de tinta ha hecho correr esta expresión, una expresión proferida por Cristo en el Evangelio de Juan, y que ha sido objeto de numerosas interpretaciones, incluso ha sido alguna vez borrada de alguna traducción popular de la Biblia.

La expresión es, cuanto menos, curiosa. Referida como está, además al hombre, en un contexto monoteísta como el Judío, y proferida además en un contexto hostil.

De hecho, una de las principales acusaciones de los Judíos contra Jesús fue el de haberse hecho igual a Dios, siendo como era un hombre.

Desde mi perspectiva de Caballero Templario, no puedo analizar un texto bíblico más que desde la HUMILDAD y la pobreza de mi pobre Kama Manas para referirme a lo Divino, no seré yo quien le diga a Dios lo que debe o no hacer, como sí que hacen muchos de los que hoy hablan en su nombre.

Mucho menos ocultar la más mínima letra de su Palabra para hacerla coincidir con una  doctrina religiosa que no deja de ser, no olvidemos, una  obra humana, curiosamente, eso sí sería con todas las letras una HEREJÍA.

No, no voy a enmendar la Plana al Padre Divino, antes bien, me voy a empapar con ella, a tratar de que me transmute sus profundas significaciones, y a tratar de que ilumine mi entendimiento.

Cuando Jesús dice “Sois Dioses” hace referencia a la entrada de una dimensión Divina en el Hombre a través de El Cristo mismo, que al participar de la Naturaleza de Dios siendo Hombre, introduce la Naturaleza Divina en lo Humano y por tanto, dejamos de ser hombres para ser Hijos de Dios, esa filiación Divina nos convierte en “dioses” Hijos del Dios Padre, ya que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, “Quien ve al hijo ha visto al Padre” dice el Señor.

Esa Filiación Divina nos convierte en dioses  al elevar nuestra naturaleza de mortal en inmortal, nos convierte en algo más que hombres, y no es legítimo confundir a un dios con DIOS, ni siquiera las religiones paganas lo hacen, y los Templarios sabemos que todos los cultos son expresión de una parte de la Verdad, la Religión del Verbo proviene de Ram el Celta, por ejemplo.

Participar de la naturaleza de Dios nos convierte en dioses sin que esto implique negar la Unidad de Dios, ya que es la relación de filiación, la participación de la Naturaleza del Padre lo que nos convierte en tales, como dicen Las Sagradas Escrituras Dios se complace y se muestra en sus criaturas.

A nivel ético, la responsabilidad de ser dioses es tal que nos obliga a ser Imagen del Padre, curiosamente es la negación de toda idolatría. Somos idólatras cuando nos conformamos con ser hombres, cuando no queremos ser como Dios, es decir, cuando no queremos ser dioses. Además, el Cristo estaba citando un Salmo de las Antiguas Escrituras, es decir, venía de antes esa Tradición.

Los Griegos, que no creían en la Cristificación y divinización del Hombre, eran, pues, pre-crísticos, sí entendían que cada divinidad a la que daban culto no era DIOS, sino un dios que mostraba una aspecto  de algo superior  al  que ellos llamaban “El Incognoscible”, de manera que el dios de la Guerra o el dios del Arte, o la diosa del Amor serían expresiones cercanas de aspectos de un Dios único que los contenía a todos y que por naturaleza sería  incognoscible para el ser Humano. Ellos tampoco confundían  un dios con DIOS. Lo mismo ocurría en Egipto y en general con los cultos derivados de la Tradición Iniciática. No eran Idólatras, sino humildes. Otra cosa sin duda son cultos derivados de Tradiciones no iniciáticas cuyo examen desborda con mucho este trabajo.

La Idolatría de las religiones Paganas no estaba tanto en el número de sus divinidades como en la negación de que el Hombre pudiera acceder a esa Naturaleza Divina, es ahí donde el Cristo con toda su Gloria puso al Hombre al mismo nivel divino  al encarnar como Hombre nada menos que el Hijo Unigénito, el mayor entre los Hijos de Dios,  por ello, como diría el Buda “Los dioses envidiaran a los hombres”.

Por tanto, podemos sentirnos dioses sin miedo, sino con Amor al Dios único del cuál debemos ser expresión, la Cristificación es un camino iniciático de divinización del Hombre que el Cristo nos regaló. (Lancelot, “Impossibile Nihil est”).


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