En todas las religiones
existen dos vías de conocimiento de la unidad, del todo, del uno, de Dios, que
se ponen a disposición del creyente en función de la madurez espiritual de
éste: Una exotérica, con contenidos dogmáticos, de sencilla comprensión que
está al alcance de cualquier persona que tenga siquiera una fe natural y va
dirigida al pueblo y otra esotérica o interior, metafísica a menudo iniciática
que requiere para su asimilación y comprensión de un trabajo espiritual previo
y de un sentimiento de “llamada” y de búsqueda y de una fe madura.
El cristianismo no es ajeno
a éstas dos vías de conocimiento, Jesús enseñó por una parte al nivel del
entendimiento del pueblo y al nivel de comprensión de sus discípulos más
íntimos conteniendo un conocimiento esotérico e iniciático. Como es sabido los
tres primeros evangelios del Nuevo Testamento (los evangelios de Mateo, Marcos
y Lucas) llamados sinópticos o canónicos contienen la enseñanza exotérica de la
que hemos hablado en forma de parábolas y comparaciones, mostrando a un tiempo un
código de comportamiento y unas reglas de conducta e iban destinados al pueblo.
Mateo escribe un evangelio para los judíos, Marcos para los romanos y Lucas
para todos los gentiles. Es la vía húmeda alquímica, horizontal, propia de las
iglesias exotéricas del cristianismo, la Iglesia de Pedro, que trata de
conducir al creyente en el camino de la unidad y de la comprensión y vivencia
de Dios a través del dogma.
El evangelio de Juan es de
una naturaleza completamente distinta a los tres anteriores, es el evangelio
espiritual, que contiene la doctrina espiritual, esotérica y metafísica,
puramente iniciática, base fundamental de la iniciación crística y va dirigida a
los iniciados, tal y como señala Pablo en la Primera Epistola a los Corintios,
especialmente en los versículos 6 y 7: “entre los iniciados enseñamos una
sabiduría que no es de éste mundo, ni de los príncipes de este mundo, abocados
a la destrucción. Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, oculta,
predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria y que no conoció
ninguno de los príncipes de éste mundo”.
Jesús enseñó ésta doctrina a sus discípulos sobre todo a Pedro,
Juan y Santiago y que Pablo difundió entre los gentiles, al consolidarse la
iglesia en el siglo II fue entregada a los fieles en el evangelio de San Juan pudiendo
finalmente ser origen de la Orden de los Templarios ya que en 1.118 Hugo de
Payns fue reconocido por sus virtudes y elevada espiritualidad como custodio de
la enseñanza secreta y fue él quien fundó la Orden. Los templarios, en estrecha
comunión con San Bernardo admitirían las formas externas de la iglesia de Pedro
pero su inspiración proviene de la doctrina esotérica e iniciática de Juan. En
éste sentido se ha de decir que ambas doctrinas son complementarias y en
absoluto excluyentes.
Desde el punto de vista de
quien suscribe éstas líneas el evangelio de San Juan (también en otra medida
los evangelios sinópticos) recogen lo que Renée Guenon nombra como “Tradición
Universal” que desde luego no es patrimonio exclusivo del cristianismo toda vez
que la misma, difundida a lo largo y ancho del mundo aunque adoptando
diferentes formas, simbología y vías de asimilación en función de la civilización
y cultura receptora tiene como nota característica ser la enseñanza superior
seguida por grupos minoritarios (piénsese en los sufíes o la Orden del Viejo de
la Montaña en el Islam, la masonería, la filosofía advaita vedanta en la India
y tantas otras). No podría ser de otra manera pues la verdad es una, la
verdadera realidad una, tan solo cambia la forma en que se transmite, las
herramientas de transmisión, la simbología.
No obstante lo anterior, el
cristianismo, a través del evangelio de San Juan es una de esas formas de
transmisión de esa tradición universal, ofreciéndonos la iniciación crística
como vía de reunificación con la unidad, con el absoluto, con dios, y en éste
sentido nos ofrece un conocimiento valiosísimo que constituye la “vía seca alquímica”,
la vía del fuego, seguida por los seguidores de Juan y puesta a disposición de
todo aquél que como dice Mateo “el que pueda entender que entienda”.
No es posible en unas pocas
líneas sintetizar el conocimiento iniciático que albergan los veintidós
capítulos del evangelio de Juan que requeriría de un volumen entero para su
aproximación, si bien tengo la pretensión de ser “el dedo que señala la luna”
dirigido a todo aquél que sienta esa “llamada” y albergue ese espíritu de
búsqueda para que, guiados por la inteligencia del corazón (los hindúes lo
llaman buddhi) desentrañen desde el prólogo (aunque hubiera sido más correcto
llamarlo epílogo) qué es el “verbo”, qué significa verdaderamente ser “hijo de
Dios” y tantas otras enseñanzas que,
bajo un lenguaje simbólico, se van desgranando a través de éste evangelio.
También he de señalar que
no es un evangelio para principiantes, se ha de poseer un cierto grado de
madurez espiritual y una vocación de iluminación. Puede comenzarse su lectura
amparándose en las reglas del tradicional “trívium” clásico: gramática-lógica-retórica,
es decir: conocimiento del evangelio-el razonamiento del mismo- aplicación y
sin duda se obtendrá un cierto nivel de conocimiento y comprensión pero solo
tras haber superado esa fase, tras haber superado las barreras de la mente
discursiva se podrá acceder al verdadero conocimiento que es el corazón del
evangelio de Juan y en ésta tarea solo la inteligencia del corazón puede
ayudar, es por esto que es un evangelio esotérico e iniciático. Esotérico
porque tiene un significado oculto al mundo de las apariencias e iniciático
porque señala una ruta indudable para renacer en el espíritu y poder llegar a
ser un verdadero hijo de Dios, para volver a ser el hombre anterior a la
dualidad y la caída, para tomar conciencia de quienes somos en realidad: como
señala la tradición advaita vedanta: “sat, chit, ananda”: verdad, consciencia,
felicidad. Describe la ruta hacia la luz
A quien tenga el coraje de
seguir éste camino advertirle que se ha de poseer humildad, firmeza, disciplina
y espíritu de sacrificio, quizá todas estas palabras puedan sonar
intimidatorias sin embargo suponen una elección que nos aleja de una existencia
sometida por apegos, pasiones y tinieblas y constituye el ingreso en un mayor
nivel de consciencia establecido en la ruta de la verdad y como Jesús dijo: “la
verdad os hará libres”.
Es pues, este Evangelio la
invitación a descubrir la verdad y a través de ella, la libertad (Silentis, "Axis Rotae")
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