A quien me pregunta por el sentido del Templarismo en la
actualidad me gusta contarle una sencilla pero intensa historia que creo
refleja bien el sentido de la experiencia de Dios.
Erase una vez un Caballero Templario que cabalgaba en
solitario por los caminos, cuando se encontró con un mendigo, el cuál le pidió
agua para calmar su sed. El Caballero Templario cortó la cuerda de su cincha y
no dudó en regalar su cantimplora al hermano que mendigaba.
Posteriormente, el Caballero pudo observar como el mendigo caminaba tras de él,
y, parándose le preguntó que quería, a lo que este contestó que aunque calmó su
sed también tenía hambre, a lo que el Caballero Templario reaccionó
entregándole también la bolsa de las provisiones y pidiéndole al mendigo que
continuara su camino.
Un rato más tarde, de nuevo el Caballero observó que el mendigo le continuaba
siguiendo, a lo que el caballero reaccionó de nuevo esta vez sin hacerle
preguntas, cediéndoles además la bolsa de monedas que tenía por provisiones, y
siguió su camino, esta vez convencido de que el mendigo ya no le seguiría, ya
que le había dado todo lo que tenia de valor.
No era así, puesto que el mendigo continuaba siguiendo la estela del caballero,
y esta vez fue el caballero mismo el que se le acercó al mendigo, a preguntarle
la razón de su actitud.
Me lo has dado todo, efectivamente; toda tu agua, toda tu comida y todo tu
dinero, pero precisamente por eso, he caído en la cuenta de que hay algo aún
más valioso que te lo guardas para ti, y que precisamente al verte he caído en
la cuenta de que lo quiero ya por encima de todo lo que me has dado, te
devuelvo todo lo que me has dado, a cambio de que me des aquello que hay en ti
que te hizo dármelo.
Lo que me ha hecho dártelo todo, querido hermano, es DIOS.
La experiencia de Dios de un Caballero Templario y de todo cristiano es muy
distinta y muy singular a la experiencia religiosa de carácter antropológico, a
tal punto de que muchos historiadores de culturas religiosas han llamado al
cristianismo la religión del humanismo, o incluso la religiosidad a.teista.
En primer lugar, el Dios del cristianismo es un dios que se humaniza, se
encarna, muy contrario al hombre que se caracteriza por querer constantemente
endiosarse, siendo esta última idea, la de endiosarse estrictamente humana y,
tal y como insiste Cristo una y otra vez, estrictamente antidivina.
El Endiosamiento va en dirección contraria a la divinización. Frente a un
hombre empeñado en endiosarse, el Dios de los cristianos está empeñado en
humanizarse, al punto que se convierte en hombre. Por tanto, hemos de colegir
que hay una gran diferencia entre endiosarse y divinizarse, a tal punto de que
son opuestos, para divinizarnos hemos de hacer lo opuesto de endiosarnos.
Tenemos que renunciar a endiosarnos para divinizarnos Y esto es absolutamente
privativo y exclusivo del cristianismo.
En segundo lugar, y en esta misma línea es un Dios que perdona, lo que los
propios hombres son incapaces de perdonar. Lo que caracteriza el ser divino del
dios anunciado por Cristo es el perdón siendo el juzgar y el condenar y el
poder, curiosamente caracteres atribuidos milenariamente a la Divinidad, características
humanas, y como diría Nietzsche, demasiado humanas que lejos de acercarnos a la
Divinidad, nos alejan de ella.
En tercer lugar, mientras el hombre tiene una idea de Dios como alguien
susceptible de recibir, como alguien que exige sacrificios y ofrendas de las
criaturas inferiores, el Dios cristiano se caracteriza por un total y absoluto
vaciamiento, es un Dios que se desfonda, se entrega por completo y
gratuitamente.
Lo Divino es la entrega gratuita en silencio, la suprema
manifestación Divina tiene lugar en el silencio de la cruz, expuesta en un puro
vaciamiento, el todopoderoso Dios inclina su cabeza y “entrega” el espíritu a
la Humanidad. Una entrega que se produce además en silencio. Nos acercamos a lo
Divino cuando nos entregamos, cuando nos desfondamos, idea absolutamente
opuesta a la cultura religiosa antropológica que concibe a la Divinidad como
algo que recibe, que exige al otro, que se llena de ofrendas. Mucho me temo,
por tercera vez que la idea del Dios que recibe es, de nuevo, “humana,
demasiado humana”. Jesús entrega su espíritu, se queda sin nada, renuncia a
todo adjetivo y pronombre posesivo, ya no le queda nada suyo.
En cuarto lugar, el Dios de los cristianos no es el ocupante de un trono
plenipotenciario, ese lugar está vacío mucho antes que Nietzsche proclamara la
muerte de Dios, El lugar que Dios libremente ha escogido para él y en el que
debemos buscarlo es un lugar donde es imposible arrodillarse, donde es además
poco agradable, la derecha del trono de Dios del que se habla en los evangelios
que se disputaban esté posiblemente vació, pero no porque esté muy alto, ni
porque sea muy difícil acceder a él, ese lugar está vacío porque ningún hombre
lo quiere, para sentarnos a la diestra del Padre sólo tenemos que bajar a la
altura de los pies de la humanidad, de los pies del hombre, allí encontraremos
a su Hijo, y por lo tanto al Padre, ya que el Hijo sólo hace lo que ve hacer al
Padre , lavando los pies a la Humanidad.
Esto si que es revolucionario ¿en que cultura religiosa hemos visto a un Dios lavando
los pies a los hombres cuando si quiera acercarse a un símbolo del nombre de
dios ya está prohibido por las religiones al uso? ¿qué clase de dios es éste
abajado hasta el suelo y lavando servilmente los pies a sus criaturas? En el
Oficio Templario, nuestro Gran Maestre nos lava los pies a los hermanos,
¿entendemos esto? ¿entendemos que eso nos obliga a lavar los pies de la
humanidad entre pasaje y pasaje?
El Dios del Caballero Templario es un Dios que no quiere que miremos hacia
arriba, ese dios ha muerto, sino hacia dentro,
No quiere que le busquemos en un trono, ese dios ha muerto, sino en un mendigo,
en el prójimo.
No quiere ofrendas, ese dios ha muerto, sino que le acompañemos en su propia
entrega, y que nos entreguemos nosotros mismos por la humanidad. Que nos
divinicemos por el servicio.
No nos deja arrodillarnos para adorarle, ese dios ha muerto, quiere que nos
bajemos a la altura de los pies de la humanidad y allí le encontraremos.
Que distinto sería un diálogo con los ateos mostrando a este Dios, con los
jóvenes, con la sociedad...
Es un Dios increíble, excesivo, desbordante, un Dios que se enfrenta a la idea
de Dios que el hombre se ha inventado como inventario de sus propias fantasías
de poder y que Nietzsche acertadamente mató.
La Milicia del Cristo es quien debe cumplir esto, es quien debe anunciar este Dios
silente, sirviente y entregado, este escándalo del Dios humanizado encarnado en
Cristo, porque a la humanidad cómoda de hoy le viene mejor ese becerro de oro
plenipotenciario, juzgador y exigente que se inventaron los poderosos y que es
el gran Pecado contra el Espíritu Santo.
Pero para ello estamos obligados, como el Caballero Templario que encabeza esta
ponencia, a ser capaces de andar solitarios por nuestro pequeño mundo mostrando
que somos templarios, evangelizar con el ejemplo desnudo del acto de servicio
entregándolo todo sin rechistar, para provocar en la sociedad que nos rodea la
pregunta :
¿Quién eres tú? ¿Por qué haces esto? Dame eso que te hace ser así, en esta
sociedad posmoderna híper tecnificada y consumista este Dios es todavía
desconocido, y, no nos equivocamos, los que estamos reunidos escuchando esto,
somos, por increíble que nos parezca, los que Dios ha elegido para darle a
conocer, sé hermanos que no nos lo creemos, pero yo estoy seguro de ello.
Podemos preguntarnos porque nosotros, si no somos nada ni nadie especial, pues
precisamente por eso, si somos capaces de matar en nosotros al Dios becerro de
oro y hacer hablar al que duerme en nuestro interior, sí entenderemos por qué.
( /…/ Impossibile Nihil est)